lunes, 6 de octubre de 2014

¡Gloria a tí, Lebrijano!



En el Festival de Mairena del Alcor de 1983 (la noche que dejé el tabaco para siempre, ¡como pa no acordarme!) le escuché a un aficionado gritarle a Lebrijano “¡Eres el más grande. Si tú quisieras, serías el mejor".  Pero Juan Peña nunca en su vida artística se tomó el cante como una competición; consciente de sus capacidades, él no se ha planteado saber cuál era su puesto en el escalafón flamenco. Lo que verdaderamente le ha preocupado (lo sé por él, por conversaciones mantenidas al respecto) ha sido ser artista, estar a la altura del arte que ejerce, y de esa responsabilidad no se ha apeado jamás. Ni, incluso, cuando ha merodeado por los límites fronterizos, asomándose a otros terrenos atractivos para el encuentro de las músicas mediterráneas pero con riesgo de equivocarse. 

En el flamenco ni te regalan nada ni puedes colocarte detrás de las cortinas; hay que pasar la prueba cada vez que abres la boca. Como cantaor, Lebrijano ha cometido pocos errores. Y, en cambio, ha escrito, como el título de su disco y del espectáculo del homenaje de anoche, el cante con L, con una personalidad tan inmensa que marcó una época y deja escuela e inquietudes para varias generaciones más. ¡A ver quién se atreve a definir la ortodoxia del cante como un coto cerrado después de escuchar al Lebrijano in extenso durante cincuenta años!  El flamenco no sería lo mismo sin sus aportaciones: él le ha dado apertura, renovación y oxígeno para respirar de otra manera. Su contribución es impagable.

El homenaje que le ha tributado la Bienal ha sido un acierto, porque los homenajes se deben tributar en vida, y mejor si el artista está en facultades para responder bien, como es el caso. Así que salió al escenario del teatro Maestranza cantando a capela un tema de su disco “Cuando Lebrijano canta se moja el agua”, homenaje a García Márquez.  Antes de comenzar, nos asaltó la inquietud: desde la emoción y con el teatro lleno, ¿resistiría la voz cansada de sus 73 años la presión de este momento? Pero no sólo resistió, sino que fue creciéndose, motivado por el cariño que recibía desde dentro y desde fuera de las tablas, y pudo con todo. 

Después de la intervención en la que Inés Bacán y Tomás de Perrate, con las guitarras de Antonio Carrión y Ramón Amador, hicieron las cantiñas de Pinini, volvió y, sentado, desde la silla del centro del escenario, cantó para la memoria de una noche para la historia, porque este homenaje se recordará como un hito. Cante por soleá, rememorando algunas estilos y letras como aquellas que cantó en la Bienal de 1986, cuando hizo un extenso recorrido, antológico, por el panorama de las soleares en 11 minutos y 14 segundos con la guitarra de Enrique de Melchor, que son de lo mejor que hemos escuchado a un cantaor de la segunda mitad del siglo XX para acá. Cerrar los ojos y enlazar esta voz aún poderosa con aquella de hace ¡veintiocho años! es un ejercicio gratificante. Ahora, cantó por soleá reposado, soslayando el tiempo, llenando el teatro entero con su vozarrón contundente..., acompañado por la guitarra compañera, al servicio del cante y para lucimiento del cantaor, que le tocó su sobrino Pedro María Peña. Y luego, seguiriyas. De maestro, del maestro de Lebrija y como antaño, con pasajes emocionantes como para agarrarse a los brazos del asiento y no interrumpirle ni siquiera con un ole. Cante para escuchar. 

Después, de “Estampas”  y  “La palabra de Dios a un gitano”, con dos voces pintiparadas para evocarlo, la de Juan José Amador y la de José Valencia. Un José Valencia que versionó las “Bienaventuranzas” con la profundidad obligada con el homenajeado. José Valencia es la voz sucesora natural de Juan Peña en el discurso cantaor de Lebrija. 

Más tarde, con los marroquíes Faisal y Redouane Kourrich, música andalusí, que el teatro siguió con las palmas, y temas de “Persecución”: “Libres como el aire” y “Mi condena”,  las galeras, un estilo de su invención,  para cerrar con el fin de fiesta que abrió Diego Carrasco invitando al homenajeado con “Sal que te quiero ver bailar”. Y estaba tan a gusto Juan El Lebrijano que incluso se dio sus pataítas. Fue una noche memorable para él y de grato sabor para los aficionados que valoran su dimensión enorme para el flamenco.

¿Qué desentonó en este homenaje? La actuación de El Carpeta, que se salió del guión establecido, creyó que era el protagonista y quiso ir de estrella en una noche en la que se le había incluido en el reparto para que recordara a su abuelo Farruco.  El Carpeta bailó poco y paseó el escenario en exceso; estuvo más eléctrico que flamenco,  desatendió el cariño con que le llamó bailando esa preciosa feminidad y temperamento del baile que es Carmen Ledesma y se pasó todo el tiempo echándose para atrás la melena. Tan molesta fue su actitud que al menos un par de bailaoras de las de tronío que estaban en el graderío del teatro, comentaban indignadas su desmelene y cómo evolucionaba sin sentido por el escenario el joven vástago de la saga Farruco. El Carpeta es muy joven y no conviene sobredimensionar sus errores, pero álguien debe hacerle ver a este chico que la jerarquía no se puede saltar, y que hay momentos en que actuar subordinado engrandece más que reclamar un protagonismo que no le corresponde. Y que a una señora bailaora siempre se la cumplimenta cuando te echa un capote en el escenario. ¡Cómo echamos de menos a Farruquito!

No sé si le gustará a Juan Peña que lo publique, pero voy a comentar lo que podría ser una anécdota que ocurrió delante de mí, en los pasillos de Canal Sur Radio, antes de comenzar la Bienal y que refiero en su honor. Le llamaban al móvil desde un medio pidiéndole una entrevista con el leitmotiv de la presencia de los artistas gitanos en la Bienal; debían estar pidiéndole que enfatizara lo de 'gitanos versus gachós', a lo que le respondió Juan: “Mire, yo no me planteo el flamenco con esa división entre gitanos y no gitanos. Yo soy persona de integración y no de bandos”. ¡Y lo estaba diciendo el gitano que con más generosidad y buen hacer flamenco ha redimido la memoria de su pueblo con discos como “Persecución” o “La palabra de Dios a un gitano”! 

Aquella situación recordaba las posiciones de encuentro que han mantenido durante toda su vida Juan Peña y toda su familia, que son una saga de calidades humanas, de tolerancia y de señorío que deben resaltarse a la par que sus valores como artistas.  

¡Gloria a ti, Lebrijano! 

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