jueves, 2 de octubre de 2014

¿Y LA BAILAORA? NO APARECIÓ


... Pero se la esperaba, porque el cante delante de Juan José Amador y Enrique el Extremeño sonaba como para acompañar al baile. Es una deformación muy común de los cantaores de atrás cuando suben a la primera línea del escenario: rompen los tercios, enfatizan en puntos concretos a requerimiento de la bailaora,  espacian las entradas, cogen velocidad a ritmo de zapateado, le dan prisa al toque... Vicios del cantaor para bailar que no se les quitan ni con penitencias.  

Conversación entre dos señoras aficionadas de la mesa de al lado:

-. Ese costado del escenario (al izquierdo, se refería)  está muy vacío y eso es por algo... ¿Cuándo va a salir Carmen Ledesma?

La otra le contestaba que lo que ella presentía no era la aparición de Carmen Ledesma, sino el fantasma incorpóreo de Manuela Carrasco por entre la vegetación del patio. Nada. No hubo bailaora porque no era ese el propósito. La de anoche era una apuesta de tres voces singulares, pero cantando en primera línea.

El leitmotiv estaba bien planteado: "Voces de bronce", porque realmente lo son. Unas más que otras, ciertamente, y alguna en concreto de campana gorda semi cascada, pero de bronce al fin. Ocurre que el leitmotiv no es suficiente: diseñas, perfilas... y luego, vienen los artistas, cada uno con su ego, sus manías y sus limitaciones, y el planteamiento teórico del espectáculo se lo pasan por salva sea la parte.   

Y así el espectador se encontró con la siguiente sucesión de cantes: soleá, soleá, soleá por bulerías, bulerías por soleá, bulería, bulería y fin de fiesta por bulerías. Más dos raciones de tarantos. ¿Es que no es posible dar un poco de variedad a los conciertos, diversificando los cantes, extendiendo el repertorio..? Una cuestión tan básica y elemental como esta, la diversificación del programa,  queda como  decisión exclusiva e intocable de los cantaores, en la mayoría de los casos. Así que el público se aburre con tanta repetición, bosteza y no aplaude, pero es lo que hay.  Esto sólo pasa en el flamenco.   

Fue una noche de equívocos. Ni bailaora ni cantes de Extremadura, a pesar de los dos extremeños que actuaban. Qué menos que Guadiana o Enrique el Extremeño se extendieran en cantes propios de su región (tangos, jaleos), que son estilos que gustan y que se espera que hagan quienes deben conocerlos bien y dominar su soniquete. Tampoco. Un par de pinceladas de Guadiana en los tangos y a otra cosa; Enrique, ni siquiera eso.

Y otro equívoco. Introducir la marimba como instrumento en el flamenco. Lo hizo  Juan José Amador y aquello sonaba como la música de fondo de los programas de bricolage de la tele. La marimba pegaba a la soleá como el azúcar a un huevo frito. Quizás fuera la disonancia extraña que provocó, acallando a la guitarra con un solo acuoso y extraño, lo que arrebató el temple de Ramón Amador, un tocaor de ensueño, pero que cogió una velocidad endemoniada en la bulería siguiente. ¡Ni que fuera a fichar por Ferrari! ¿Por qué el maestro Ramón Amador, tan templado y diestro con la sonanta, tocó con esa velocidad frenética? Un desajuste más en la noche.     

Por cierto, que el Extremeño hizo doblete y llegó a Santa Clara poco antes de la hora de comienzo. Venía de cantar en otro espectáculo de la Bienal, y eso es una deslealtad con la propia Bienal y un abuso con el público. Había personas en este espectáculo que tuvieron que escucharle cantar dos veces seguidas en dos escenarios distintos. Aunque es un artista que  tiene voz para cantar durante varias horas seguidas, lo cierto es que llegó cansado, y eso se notó en su actuación. No están bien estas desconsideraciones por un puñado de euros.


Guadiana hizo honor a su nombre y no apareció hasta el tercer cante, los tientos- tangos. Un espectáculo anodino y manifiestamente mejorable. 

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