Antonio
Reyes cantó anoche en la Peña La Orden. ¡Qué gran suerte para los
aficionados de esta peña chiquita y magnífica! ¡Antonio Reyes, nada
menos: uno de los cantaores más importantes que tiene el cante de
nuestra época!
Vaya por delante que los tiempos que vivimos no se caracterizan por tener grandes figuras creadoras; vivimos el tiempo de los recreadores. Así como la guitarra y el baile han despegado hacia otros horizontes, el cante -con versionadores o ligeras variantes- se ha quedado en la horma que tenía. Los cantes están hechos, están creados, decía Antonio Mairena: el cante está cerrado, como la sexta sinfonía de Beethoven o la Capilla Sixtina del Vaticano. Hay obras definitivas y seguramente el cante flamenco sea una de ellas. El tiempo dirá lo que hayan aportado los artistas de nuestro tiempo, los recreadores. ¿Quizás fijar lo esencial en época de cambios tan turbulentos? Tal vez. Falta perspectiva. Esperemos. Y disfrutemos mientras el tiempo, que nunca reúne su tribunal dos veces, decide cuál es el valor característico del que vivimos desde hace medio siglo para acá, salvo excepciones.
Antonio, el chiclanero. Antonio Reyes, que es una voz que surge de las raíces profundas del cante, tampoco es un innovador. Ni falta que le hace, porque él trae en la memoria de su sangre un torrente de conocimientos donde están todos: Caracol, Mojama, los Jarrito, Camarón, Canela, todo Cai... Tiene criterio y voz propia. Y una personalidad cantaora impresionante. Así que Antonio Reyes no copia: homenajea, que es muy distinto, cada vez que recuerda a alguno de esos grandes de la historia. Con su cante nos está diciendo:
-. Aquí los teneis. Es mi regalo para vuestra memoria de aficionados degustadores de lo bueno, un fragmento de cada uno de ellos, que sé que me lo agradecereis.
Él puede hacerlo. Tiene el sentido de la mesura, aborda los cantes desde un profundo conocimiento, sin alivios ni atajos, jugando con los tiempos, rebuscándose cada vez porque con el primero que quiere ser honrado y cabal es con él mismo. Ni se engaña ni nos engaña. No sube a los escenarios a cumplir, sino a dar siempre los veinte reales del duro. Por eso define tan bien la condición de ser flamenco y se lo agradecemos. Por eso -a mí- me suena a nuevo cada vez que lo escucho.
Y luego está el instrumento que usa para cautivarnos, que es esa voz rebosante de matices tan bien administrada, esa voz prodigiosa con la que esculpe los cantes con la gubia de su sentimiento en las emociones de quienes le escuchamos. Así que uno se vuelve para casa con el rejón hiriente de su seguiriya, que nos ha provocado un llanto seco que no es lágrima sino sumidero hacia el corazón y allí se queda; con la sensación de estar chapoteando por La Barrosa en las frescas sales que segregan sus alegrías; o con el convencimiento senequista de unas soleares que deseáramos eternas.
Para los muchos momentos de desencanto que genera el flamenco moderno, con cantaores ensimismados en la técnica que se han olvidado del alma que da sentido a este arte, es preciso tener referentes como él.
Antonio Reyes es un grande; está en la cúspide del flamenco de hoy, repartiendo meloja de la buena cada vez que abre la boca, este gitano tímido, de ojillos chicos y sonrisa cómplice, amable y sereno que va por el mundo diciendo su verdad y nada más que la verdad. ¡Ole tú, Antonio. Ole tú!
Ayer fuimos de su mano -otra vez, y las que vengan- a empaparnos de flamenco del bueno por las cavernas mistéricas de este arte, que él conoce como nadie.
(Me dicen de la Peña La Orden que se han llevado toda la mañana recogiendo azúcar: la que derramaron sus cantes anoche).
Vaya por delante que los tiempos que vivimos no se caracterizan por tener grandes figuras creadoras; vivimos el tiempo de los recreadores. Así como la guitarra y el baile han despegado hacia otros horizontes, el cante -con versionadores o ligeras variantes- se ha quedado en la horma que tenía. Los cantes están hechos, están creados, decía Antonio Mairena: el cante está cerrado, como la sexta sinfonía de Beethoven o la Capilla Sixtina del Vaticano. Hay obras definitivas y seguramente el cante flamenco sea una de ellas. El tiempo dirá lo que hayan aportado los artistas de nuestro tiempo, los recreadores. ¿Quizás fijar lo esencial en época de cambios tan turbulentos? Tal vez. Falta perspectiva. Esperemos. Y disfrutemos mientras el tiempo, que nunca reúne su tribunal dos veces, decide cuál es el valor característico del que vivimos desde hace medio siglo para acá, salvo excepciones.
Antonio, el chiclanero. Antonio Reyes, que es una voz que surge de las raíces profundas del cante, tampoco es un innovador. Ni falta que le hace, porque él trae en la memoria de su sangre un torrente de conocimientos donde están todos: Caracol, Mojama, los Jarrito, Camarón, Canela, todo Cai... Tiene criterio y voz propia. Y una personalidad cantaora impresionante. Así que Antonio Reyes no copia: homenajea, que es muy distinto, cada vez que recuerda a alguno de esos grandes de la historia. Con su cante nos está diciendo:
-. Aquí los teneis. Es mi regalo para vuestra memoria de aficionados degustadores de lo bueno, un fragmento de cada uno de ellos, que sé que me lo agradecereis.
Él puede hacerlo. Tiene el sentido de la mesura, aborda los cantes desde un profundo conocimiento, sin alivios ni atajos, jugando con los tiempos, rebuscándose cada vez porque con el primero que quiere ser honrado y cabal es con él mismo. Ni se engaña ni nos engaña. No sube a los escenarios a cumplir, sino a dar siempre los veinte reales del duro. Por eso define tan bien la condición de ser flamenco y se lo agradecemos. Por eso -a mí- me suena a nuevo cada vez que lo escucho.
Y luego está el instrumento que usa para cautivarnos, que es esa voz rebosante de matices tan bien administrada, esa voz prodigiosa con la que esculpe los cantes con la gubia de su sentimiento en las emociones de quienes le escuchamos. Así que uno se vuelve para casa con el rejón hiriente de su seguiriya, que nos ha provocado un llanto seco que no es lágrima sino sumidero hacia el corazón y allí se queda; con la sensación de estar chapoteando por La Barrosa en las frescas sales que segregan sus alegrías; o con el convencimiento senequista de unas soleares que deseáramos eternas.
Para los muchos momentos de desencanto que genera el flamenco moderno, con cantaores ensimismados en la técnica que se han olvidado del alma que da sentido a este arte, es preciso tener referentes como él.
Antonio Reyes es un grande; está en la cúspide del flamenco de hoy, repartiendo meloja de la buena cada vez que abre la boca, este gitano tímido, de ojillos chicos y sonrisa cómplice, amable y sereno que va por el mundo diciendo su verdad y nada más que la verdad. ¡Ole tú, Antonio. Ole tú!
Ayer fuimos de su mano -otra vez, y las que vengan- a empaparnos de flamenco del bueno por las cavernas mistéricas de este arte, que él conoce como nadie.
(Me dicen de la Peña La Orden que se han llevado toda la mañana recogiendo azúcar: la que derramaron sus cantes anoche).
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