Ahora que reivindicamos cada vez con más intensidad
y convicción el respeto por el flamenco, resulta que hay artistas que
diversifican sus propuestas con productos extra- flamencos y hacen concesiones a
la taquilla, a los públicos heterogéneos, a la experimentación o a sabe Dios
qué cosas... y se saltan esta regla que debiera ser de oro. Es como una
necesidad de demostrar que los flamencos son capaces de hacer otras músicas.
¡Pues claro. Ya sabíamos de antiguo que los flamencos son, quizás, los músicos
mejor dotados para acometer cualquier música! Pero todo espectáculo requiere
una unidad de mensaje para alcanzar un
corpus, un clímax que se rompe con esas digresiones. No me imagino a
Moncho introduciendo, en medio de su concierto de boleros, un cante por
bulerías.. No es lo suyo. Lo malo es que tales digresiones están deviniendo
moda.
Esta es una reflexión general, pero aplicable
también a la actuación de Marina Heredia en el Real Alcázar, en la Bienal de
Flamenco de Sevilla. Marina ‘coló’ un bolero
y una ranchera con poco gas en medio de un concierto que estaba transcurriendo
por los cauces de su muy grande flamencura. ¿Qué necesidad tenía ella, tan larga
y buena cantaora como es, de incursionar en esas otras músicas, interrumpiendo
el decurso de su concierto? ¿Para qué estas mezcolanzas? ¿Quién aconseja a los
artistas flamencos para montar sus espectáculos?
Acudimos deseos de escucharla, porque Marina tiene
un quejío capaz de valer por todo un concierto cuando ella quiere, porque es
una cantaora que siempre va por derecho y arriesga, porque es cabal y
enduendada. Y porque es una de las voces femeninas de referencia hoy en día y
lo será para los próximos 15-20 años. Es una grande.
El concierto comenzó con una pinta excelente. Marina
se hizo acompañar de su padre, Jaime El Parrón, cantando romance y petenera, y prometía una noche interesante, en un marco tan evocador como el patio de la
montería del Real Alcázar. Apareció en el escenario con su belleza escultural,
de cariátide griega, y dejó unas granaínas y unos tientos bien ejecutados,
aunque todavía compartiendo frialdad cantaora y público. Pero fue
ascendiendo la temperatura con las alegrías, que cantó con poderío y mucho
sabor.
Fue muy interesante y para resaltar su postura de
cantaora granaína que viene a Sevilla a mostrar las riquezas flamencas de su
patria chica. Explicó con elegancia que
Granada tiene su propia manera de entender el flamenco y recordó sus
ambientes: las cuevas, las zambras, sus cantes... Interesante la actitud de
Marina Heredia, anunciando –a esta Andalucía flamenca occidental que tanto mira hacia
adentro y se olvida (ignora) que hay otras propuestas flamencas-, la
personalidad flamenca de Granada.
Buena su seguiriya, magnífica, peleando ese cante siempre indómito y rebelde. “Comparito mio Cuco...”.
La cabal de Juanichi el Manijero, que requiere redaños para culminarla.
Y después llamó a su padre, Jaime El Parrón, para
cantar juntos por soleá. “Me va a dar un baño”, advierte Marina. Y le mira
embobada mientras Jaime va desgranando la de Alcalá: “A quien le vi’a contá
yo...”. ¡Cómo canta por soleá El Parrón! Una mirada al cielo, a ver si San
Pedro escuchaba la súplica: que siga cantando por soleá toda la noche... No me
escuchó. Tampoco parece que lo escuchara -al cantaor- Bolita, que se empeñó en
acompañar como si se estuviera cantando una soleá por bulerías, al golpe, y
confundía a Miguel Angel Cortés y al propio Parrón. Bolita es un buen tocaor,
quién va a negarlo, pero tiene el vicio de los creativos: se desentiende del
cante para ser él. Ningún tocaor debiera olvidar nunca que lo primero, cuando
se acompaña, es el cante. La jerarquía en el flamenco no ha cambiado, aunque
hay pugna por hacerlo: primero, el cante, luego el toque y después el baile,
por más que las cada vez más frecuentes actuaciones en el extranjero trabuquen a muchos guitarristas y bailaores/as el sentido jerárquico del flamenco. ¡Un respeto para el cante!
Y después el error, la ruptura. Marina se hace
acompañar del trompetista Julián Sánchez y del pianista Joan Albert Amargós...
y nos amargó (perdón) el saborcito flamenco que íbamos acumulando, disfrutando
de su voz limpia y de su interés en comunicarse con el público. Bolero y
ranchera. Se dio cuenta pronto de que sus explicaciones sobre lo cosmopolita en
músicas que es Garnata (el nombre de Granada en árabe y título del espectáculo)
no habían satisfecho a la gente que no entendió ese cambio brusco... y
volvió a recuperar la senda flamenca.
(Fue una incursión fugaz; no crucifiquemos a Marina por esto ni le restemos
méritos a su concierto. Eso sí, ese
añadido espúreo es síntoma de otros males que están enraizando
en el flamenco y hay que denunciarlo).
Fandangos con aires abandolaos ahora (fandangos del
Albaicín, de Frasquito Yerbabuena...), y ‘la mosca’, un cante pícaro de las
zambras que bailaban las gitanas viejas, recordando su infancia en esos
ambientes de las cuevas, Y unos tangos
de Graná variados e impecables recorriendo todo su repertorio.
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