Eso
semejaban los brazos de María Pagés bailando en el Teatro Maestranza, con su
espectáculo "Siete golpes y un camino", dentro de la Bienal de
Flamenco de Sevilla. Pinceles que
dibujan fugaces cuadros de poesía en el vacío.
Siempre se ha dicho que la
gracia del baile femenino está en el movimiento de los brazos, que la belleza
del baile de la mujer radica en sus evoluciones de cintura para arriba. Es una
vieja estética que María Pagés revisó hace tiempo, reinventando la expresividad
de los brazos en el baile. Es que sus brazos son un portento descriptivo. Ella es una
garza hermosa cuyas alas desnudas vuelan describiendo constantemente paisajes
emocionales. Una silueta de ensueño que se contorsiona exprimiendo lo que
quiere decirnos. Dijo José Saramago que "ni el aire ni la tierra
son iguales después de que María Pagés haya bailado".
Comenzó el
espectáculo con una invocación coral a la poesía de diversas mujeres y lenguas
del mundo, para seguir después con poetas españoles tan reconocidos como
Antonio Machado, el que mejor ha definido en la poesía de todos los tiempos lo
que es el camino, cuando sentenció que se hace al andar. Aquí dejó anotada ya
la intención de su mensaje. María Pagés
siempre da mensajes en sus obras. Como buena discípula del enorme Antonio
Gades.
Ella tiene
un concepto muy personal de la estética flamenca, pero lo suyo no es
transgredir, sino adaptar los códigos flamencos a su modo. Sus montajes son
siempre pulcros, con una continuidad que nos crea la sensación de obra de una sola
pieza cuando, como esta vez, sus "Siete golpes y un camino" es un
resumen de sus trabajos de los últimos siete años. Por eso varios cuadros ya
eran conocidos, aunque no por ello hayan perdido frescura ni capacidad para
impactar. Su baile con la bata de cola, a la que recoge, abraza, revolea, se
envuelve, le baila... es para no olvidarlo. Como es para no olvidar el que
hace vestida de rojo y con una amplia capa trazando filigranas de fantasía,
movimientos que son en realidad una actualización de los clásicos revuelos del
mantón de toda la vida. Y para enmarcar también su baile de la soleá-petenera y
La Tarata.
¡Y los
tanguillos! Qué arte y qué gracia, con María declamando, al estilo de Lola Flores,
unas letras populares llenas de chispa, de humor y de picardía y todo el grupo
acompañándole bailando. Aquí es donde te das cuenta del amplio registro y la
versatilidad que tiene esta bailaora, que es capaz de pasar de la danza
contemporánea al flamenco más rotundo, de la suavidad el desgarro, de lo
trascendental a la broma divertida.
Un
espectáculo de María Pagés siempre está bien estructurado, bien iluminado, bien
dirigido, pulcro y con unas coreografías originales y modernas; es que hace
modernos hasta los elementos más tradicionales y requeteusados en el baile, como son los bastones, las castañuelas o las
sillas. Su compañía está integrada por un cuadro de baile espectacular, con un
cante magnífico (¡qué gran cantaor es Juan de Mairena, por más que el baile lo
relegue a un inevitable segundo plano y lo desdibuje! Y también Ana Ramón) y
unas guitarras, las de Rubén Levaniegos y Fity, de dulce.
María Pagés
lleva veinticinco años bailando como profesional, la mayor parte de ellos con
compañía propia. Es una veterana que tiene muy claro lo que hay que ofrecer al
público y sus espectáculos son una garantía siempre. Esta noche volvió a
demostrar en Sevilla por qué tiene seguidores en todo el mundo y está
considerada una de las más grandes bailaoras de nuestro tiempo.
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