miércoles, 17 de septiembre de 2014

Pinceles dibujando poemas


Eso semejaban los brazos de María Pagés bailando en el Teatro Maestranza, con su espectáculo "Siete golpes y un camino", dentro de la Bienal de Flamenco de Sevilla.  Pinceles que dibujan fugaces cuadros de poesía en el vacío. 

Siempre se ha dicho que la gracia del baile femenino está en el movimiento de los brazos, que la belleza del baile de la mujer radica en sus evoluciones de cintura para arriba. Es una vieja estética que María Pagés revisó hace tiempo, reinventando la expresividad de los brazos en el baile. Es que sus brazos son un portento descriptivo. Ella es una garza hermosa cuyas alas desnudas vuelan describiendo constantemente paisajes emocionales. Una silueta de ensueño que se contorsiona exprimiendo lo que quiere decirnos. Dijo José Saramago que "ni el aire ni la tierra son iguales después de que María Pagés haya bailado".

Comenzó el espectáculo con una invocación coral a la poesía de diversas mujeres y lenguas del mundo, para seguir después con poetas españoles tan reconocidos como Antonio Machado, el que mejor ha definido en la poesía de todos los tiempos lo que es el camino, cuando sentenció que se hace al andar. Aquí dejó anotada ya la intención de su mensaje. María Pagés siempre da mensajes en sus obras. Como buena discípula del enorme Antonio Gades.

Ella tiene un concepto muy personal de la estética flamenca, pero lo suyo no es transgredir, sino adaptar los códigos flamencos a su modo. Sus montajes son siempre pulcros, con una continuidad que nos crea la sensación de obra de una sola pieza cuando, como esta vez, sus "Siete golpes y un camino" es un resumen de sus trabajos de los últimos siete años. Por eso varios cuadros ya eran conocidos, aunque no por ello hayan perdido frescura ni capacidad para impactar. Su baile con la bata de cola, a la que recoge, abraza, revolea, se envuelve, le baila... es para no olvidarlo. Como es para no olvidar el que hace vestida de rojo y con una amplia capa trazando filigranas de fantasía, movimientos que son en realidad una actualización de los clásicos revuelos del mantón de toda la vida. Y para enmarcar también su baile de la soleá-petenera y La Tarata.

¡Y los tanguillos! Qué arte y qué gracia, con María declamando, al estilo de Lola Flores, unas letras populares llenas de chispa, de humor y de picardía y todo el grupo acompañándole bailando. Aquí es donde te das cuenta del amplio registro y la versatilidad que tiene esta bailaora, que es capaz de pasar de la danza contemporánea al flamenco más rotundo, de la suavidad el desgarro, de lo trascendental a la broma divertida.

Un espectáculo de María Pagés siempre está bien estructurado, bien iluminado, bien dirigido, pulcro y con unas coreografías originales y modernas; es que hace modernos hasta los elementos más tradicionales y requeteusados en el baile,  como son los bastones, las castañuelas o las sillas. Su compañía está integrada por un cuadro de baile espectacular, con un cante magnífico (¡qué gran cantaor es Juan de Mairena, por más que el baile lo relegue a un inevitable segundo plano y lo desdibuje! Y también Ana Ramón) y unas guitarras, las de Rubén Levaniegos y Fity, de dulce.


María Pagés lleva veinticinco años bailando como profesional, la mayor parte de ellos con compañía propia. Es una veterana que tiene muy claro lo que hay que ofrecer al público y sus espectáculos son una garantía siempre. Esta noche volvió a demostrar en Sevilla por qué tiene seguidores en todo el mundo y está considerada una de las más grandes bailaoras de nuestro tiempo.  

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