domingo, 21 de septiembre de 2014

Morón emergente


Me gusta los festivales de los pueblos, los que guardan esos aromas de encuentro con el hecho flamenco con la naturalidad de quien considera a este arte nuestro cosa suya, familiar, de la calle... El ambigú, donde una parte del público refuerza sus emociones flamencas con el alcohol, como se hacía antes, porque la emoción llama a las copas, aunque después, en un control de carretera, un guardia te devuelva cruelmente a la realidad; con esos espacios abiertos, donde se puede fumar y hablar con los otros, mover la silla, sentirse gozosamente terrenal; donde los artistas actúan menos condicionados por la solemnidad del local... Me gustan mucho más que los rígidos teatros. Mi ancestro rural...

Por eso me gusta el Hotel Triana, ese patio de vecinos situado en la Triana profunda, que guarda sabores de antaño, con la gente asomada a sus balcones engalanados con mantones y macetas, disfrutando del espectáculo... Rezuma pueblo. Y si, como en este caso, su patio abierto se utiliza para traer embajadas de los diversos pueblos, familias y colectivos con solera flamenca, mejor que mejor. Para mí -es un gusto personal- el Hotel Triana es el mejor escenario de la Bienal, el que reúne las mejores condiciones para un encuentro con el flamenco. ¡Gloria para este lugar por lo que es y por lo que recuerda, que la evocación y la memoria son alimento rico vital el flamenco siempre!

Pues anoche vimos en este marco acogedor el espectáculo "El baile en la frontera", la gente de Morón..  El pueblo de la cal, con un pasado sobresaliente de históricos flamencos (El Fillo, La Andonda, Silverio, El Tenazas ganador del Concurso de Granada de 1922, Joselero,  Diego del Gastor, Don E. Pohren el norteamericano enamorado que lo pregonó) vio fenecer su leyenda de los años 60 y 70 y pasó un par de décadas de sequía flamenca.

Pero cuando hay buen sustrato y afición, se pueden esperar nuevas germinaciones. Y en Morón van surgiendo. Actualmente,  hay una generación de artistas que mantiene en pie las constantes esenciales de su identidad tradicional: el baile con una cantera nueva, Pepe Torres, Carmen Lozano, Jairo Barrull por aproximación; el toque con Dani de Morón; el cante con Moi, El Galli, por nombrar los más conocidos. Morón va recuperando su personalidad  en el panorama de los pueblos con tradición y oferta flamenca (Jerez, Lebrija, Utrera, Mairena).   

El elenco estaba formado por tres bailaores de raza: Pepe Torres, Jairo Barrull y Carmen Lozano como artista invitada. Más las guitarras de Dani de Morón y, rescatándolo de su retiro para la ocasión, Diego de Morón como colaboración especial, casi ni sombra de lo que fue porque la biología cumple sus cometidos con crueldad y al hacernos mayores perdemos facultades. Y el veterano Antonio Ruiz el Carpintero, con su cante de la campiña pregonado, recordando a Joselero; lo acompañó Dani, que se presta generoso a hacer de Diego el del Gastor para que disfruten los nostálgicos.   
Además, cuatro primeros espadas del cante para el baile, especialistas del compás y el buen quehacer: Juan José Amador, Moi de Morón, David el Galli y Guillermo Manzano, con dos guitarras eficaces y espléndidas, los hermanos Eugenio y Paco Iglesias.  Cantaron y tocaron a gusto, con ganas en un espectáculo de dos horas que se desarrolló con una continuidad perfecta, ágil y  bien llevado. Los espectáculos son como los cócteles, que requieren buenos ingredientes, buena preparación y presentación adecuada para que sepan bien. "El baile en la frontera" fue un cóctel mezclado con acierto por un promotor joven -Fernando González-Caballos- que siempre arriesga con sus propuestas, que innova y que carga con sentido y mensaje sus espectáculos. 


Aparte del disfrute, la noche nos dejó dos planos sonoros y creativos para sopesar la evolución del flamenco, como arte vivo que es: la seguiriya tocada por Diego de Morón con aires de Diego del Gastor, una pieza de guitarra sencilla, lenta, con más sentimiento que técnica y el regusto del viejo flamenco, por una parte. Y por otra, la seguiriya de Dani de Morón, de nuevo diseño creativo, cargada de técnica y de velocidad, limpia y actual. Las dos, ejecutadas sobre la misma base, flamencas sin discusión.  Pero sólo comparables en eso.  Evolución y cambio. Como la vida misma.   

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