Rocío Bazán cantó en el dormitorio alto del Convento de
Santa Clara, sede de la Bienal de Flamenco de Sevilla. En este escenario, los artistas actúan sin megafonía, una
condición que en teoría le da atractivo por la cercanía al público, por la voz natural, pero que en
la práctica supone un esfuerzo sin recompensa para quien actúa y una cierta
frustración para el público que ocupe de la fila diez o doce hacia atrás. La
Bienal quiere emular al palacio de Villavicencio de Jerez y eso es imposible, porque aquel es un local más recoleto que favorece la expansión del sonido,
mientras que el de Santa Clara es una sala de cuarenta metros de largo, donde
resulta imposible proyectar la voz a tanta distancia, a menos que venga a cantar Plácido
Domingo. A los guitarristas de concierto les ponen megafonía, pero el cante va
a pelo. La idea es buena y el espacio es malo para el propósito.
Pues ahí cantó Rocío Bazán, buscando la verdad desnuda y sin
artificios del cante, sí, aunque luchando contra los imponderables de la sala. Podía
haber cantado en otro escenario más en consonancia con su dimensión como
artista, porque la esteponera no es una recién llegada: en la Bienal de 2002 fue premio
Giraldillo joven de cante, premio cantes de Málaga en el Concurso de La Unión de
ese mismo año, premio absoluto Antonio
Fernández Díaz 'Fosforito' en el Concurso nacional de Calasparra 2000 y otra
serie de reconocimientos y premios, más actuaciones por todo el mundo que la
definen como una artista de peso y entidad suficiente, merecedora de mejor
trato escénico. Se trata de una cantaora larga, buena conocedora del muestrario
general de los cantes y situada entre las más importantes artistas malagueñas del
momento.
Rocío Bazán es un animal flamenco -en el sentido hermoso de la
palabra-, un animal flamenco que rezuma fuerza y jondura por todos sus poros. Cuando
canta, canta toda ella. Es como si el cante le fluyera desde los riñones hacia
arriba, empujando por salir como un potro indómito al que tiene que frenar y
modular cuando llega a sus cuerdas vocales. Es un corazón tan bravo cantando
que en algunos tercios nos traspasa la
angustia de si va a poder controlar la emoción con que amasa los cantes. A
veces lo consigue, a veces le borbotea la sangre irrumpiendo como un grito. Por
eso, escucharla cantar no es un ejercicio plácido ni que se pueda hacer sin
compromiso, porque su cante duele, transmite y busca respuesta. Hay que
corresponder a su pasión con la misma actitud para comulgar con ella.
Empezó con un cante casi desconocido, porque ahora nadie lo
hace: la praviana, un estilo basado en un canto popular asturiano. El más
reciente al que se lo escuchamos es Jesús Heredia, y mucho antes, allá por
el primer tercio del siglo XX, a El Mochuelo y después al Niño de la Rosa fina de Casares. Pues con
esto nos obsequió cantando desde el pasillo hasta el escenario.
Después, ya
sobre las tablas, como magnífica conocedora que es de los estilos de su tierra
malagueña y más al oriente, nos regaló jabera, malagueña del Canario, rondeña,
murciana y levantica, tangos del Piyayo... Se agradece escuchar estos cantes en
una voz que los domina y los transmite con poderío y bien ejecutados. Ese fue
uno de los rasgos interesantes para agradecer de su actuación: ofrecernos
cantes que apenas se escuchan y que son hermosos y muy flamencos. Y otro, su
recorrido por grandes figuras del pasado: los cantes de Levante, recordando al
Cojo de Málaga; las alegrías de Cádiz rememorando a La Niña de los Peines y a
La Perla; los tangos como los hacía La Repompa; una canción por bulerías,
"El niño de las monjas" en memoria y homenaje de la Niña de la
Puebla, Dolores, a la que tan injustamente trató el mundo flamenco en vida. Y
un ramillete hermoso de soleares, recorriendo las de El Mellizo, Paquirri, La
Serneta, La Andonda, la casa de los Pavones
(Pastora y Tomás).., con la guitarra justa, la sonante sabia y elegante
de Manuel Herrera. Y el primoroso compás de Diego Montoya y Tate
Núñez, que tienen la habilidad de crear
un mundo sonoro y acompasado con una sola nota, la de sus manos tocando palmas.
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