Va a comenzar la Bienal de Flamenco de Sevilla, dedicada a la memoria de Paco de Lucía. Como preludio, la organización cuasi improvisó un encuentro de guitarras en la plaza de San Francisco, una convocatoria que pretendía -según su director, Cristóbal Ortega- reunir "a quinientos tocaores" para homenajear al maestro algecireño. Fueron menos, muchos menos; apenas un par de docenas, entre ellos guitarristas que venían obligados a hacer acto de presencia porque trabajan para la Bienal o participarán en sus espectáculos. Y no se les pudo escuchar.
Sentados y rodeados de un público interesado, no fue posible: no había megafonía, ni siquiera una plataforma desde la que se pudieran escuchar sus toques por bulerías, porque el encuentro fue, ya digo, improvisado y falto de planificación. Menos mal que Pepe de Lucía se arrancó a cantar, en un momento, para mitigar lo cansino que estaba ya resultando el rasgueo por bulerías de las sonantas una y otra vez. Sin guión, sin conducción clara, el paciente público fue asumiendo con el paso de los minutos que aquello pintaba desastre; unos se marchaban frustrados, otros cabreados... "Vengo de Buenos Aires, donde escuché a Paco con admiración, pero esto es frustrante", se lamentaba una señora mayor que había conseguido una silla. "¡Que no se oye, que no se oyeeee!", gritaban otros..."¡Qué mal organizado!", "¡Qué lástima, con lo bonito que podía haber quedado esto!", "¡Qué vergüenza que hagan esta chapuza en Sevilla!"...
Estas exclamaciones y otras muchas -ninguna favorable- fui escuchando mientras giraba alrededor del impenetrable grupo de gente, intentando ver o escuchar algo. Nada, imposible. Y así, brillantes guitarras como Dani de Morón, Niño de Pura, Manuel Valencia, Manuel de la Luz (no pude ver a más), cargados de buena voluntad y cariño hacia el maestro Paco, participaron en un esperpento organizativo fruto de una ocurrencia que mejor no atribuir a nadie en concreto.
En Andalucía, el flamenco está traspasado por gestores ocurrentes que juegan con él y con sus artistas como si fuera un juguete de trapo. No aprenderán hasta que los primeros damnificados, los artistas, les pongan las peras a cuarto. Sales de esta tierra y la gente, de Despañaperros p'arriba, trata al flamenco con veneración y con admirable respeto, pero en nuestra tierra se lo sigue asociando a pachanga, juerga y folclore de poca monta. Los aficionados de verdad que apreciamos a este arte y a sus actores somos, como mucho, una cofradía.
José Valencia, Giraldillo del cante de la Bienal de 2012 y un enorme cantaor de las hornadas jóvenes canta a capela en el metrocentro y la gente lo mira como si fuera un pirado que se ha colado en el tren. Descorazonador.
Lo de la plaza de San Francisco ha sido impresentable. A la Bienal hay que exigirle otro rigor y otro nivel. Ni Sevilla ni Paco de Lucía (dos entidades, por cierto, que no siempre se entendieron ni se apreciaron) se merecían lo de la plaza San Francisco. Hay voluntarismos más contraproducentes que no actuar, y para lo de esta tarde, la verdad, mejor no hubieran hecho nada. Al primer tapón, zurrapa.
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