sábado, 13 de septiembre de 2014

Morente se fue después del video

 Cuando se prepara un homenaje, la figura del homenajeado obliga. Obliga a prepararlo a su nivel y en relación con su relieve. Pues el homenaje a Enrique Morente en la gala inaugural de la Bienal de Flamenco de Sevilla no estuvo a la altura. En su contenido estuvo comprometida la familia del finado; es más, el eje del homenaje fue su familia, hasta el punto de no saberse muy bien si el concierto era para homenajear a l padre desaparecido o para promoción de sus vástagos La conclusión fue un concierto bastante mediocre que evidenció carencias importantes en el repertorio elegido, en la nómina de artistas participantes y en el desarrollo y ejecución de los contenidos.

Por lo que vimos, varias razones justifican la evaluación a la baja del concierto. La primera, que la mayor parte de los artistas que actuaron no estuvo a la altura; la segunda, que los hijos de Morente tendrían que haber escogido lo más selecto y recordado del repertorio de su padre y no lo hicieron; la tercera, que el espectáculo duró ¡cuatro horas!, cuando es un axioma indiscutible que una duración superior a una hora y media cansa y termina produciendo rechazo en el público. Parece que desde la organización hubo demasiado interés en montar el típico 'concierto-para-todos-los-públicos", cuando lo esencial en esta convocatoria debió ser realzar la memoria del cantaor granaíno, en esta cumbre del flamenco mundial que es -o debe ser- la Bienal de Sevilla.

 El flamenco es una música tan poderosa que no debiera hacer concesiones a la taquilla que estén por encima de la dignidad de sus personalidades. Ayer mismo fui testigo directo de su poderío emocional cuando, cantando José el de la Tomasa por soleá, a una productora rusa que acudió a presenciar un ensayo se le cayeron dos lágrimas de emoción incontenible. Lo auténtico del flamenco es su verdad, y a esa verdad le debemos un respeto.

 (Por cierto, una cuestión secundaria y menor, pero en fin, ahí va la pregunta. ¿Por qué la Bienal eligió para su apertura un homenaje a Morente? Ayer no era efemérides de nada relacionado con su vida, ni con su muerte ni con sus obras... ¿Se eligió porque sí, para reparar que en Sevilla no se le había hecho ningún reconocimiento hasta ahora? Sevilla tiene "sus" artistas, y Enrique siempre fue aquí un cantaor visitante, otra manera de entender el flamenco, nunca un emblema del cante para esta ciudad).

 En el Teatro Maestranza, Enrique Morente desapareció de la escena en cuanto terminó el video con su cante de introducción. Entraron sus hijas. Estrella y Soleá, haciendo unos cantes poco identificables con lo más conocido de su progenitor, en un duo de voces imposibles de armonizar. Estrella apareció poco; ella, que goza siempre de un plus de los públicos que la quieren por lo que representa y por lo que es, tuvo poco protagonismo, cuando mucha gente había ido a verla a ella, sobre todo. Con la actuación de las dos hermanas empezó la primera reseña de "Amargura", una pieza sacra que, en principio, pareció que se trataría de un guiño a la sevillanía. Bueno, vale... Lo tremendo es que "Amargura", sin saber por qué y a qué obedeciera, se convirtió en una obsesión recurrente del espectáculo. Ora la entonaban Estrella y Soleá, ora la banda para las transiciones entre cuadros..., hasta culminar en la intervención postiza y esperpéntica de Tomás de Perrate, con la guitarra y el silbido de El Pájaro. ¡Pero, ¿qué es esto... ?! Barruntamos que, de un momento a otro, irrumpiría en el escenario el pistolero Clint Eastwood, ambientado por la música de Ennio Moricone en "El bueno, el feo y el malo" . ¿A qué venía tanta Amargura?

 La banda recordó aquella música de rock duro de Lagartija Nick, que colaboró en un tiempo con Morente. Sin embargo, la estridencia de alguna de sus intervenciones provocaba disonancias desagradables y chirriantes. Es verdad que el mundo morentiano es una amalgama de música y experimentaciones de toda naturaleza, pero él jamás dejó de ser flamenco y de marcar su personalidad, por encima siempre de guitarristas, bandas o lo que fuera que le acompañara. La banda anoche iba suelta... Se perdieron algunas oportunidades en este concierto. La perdió Juan José Amador de haber cantado con más compromiso y más pasión, como suele hacer él habitualmente. La perdió Silvia Pérez Cruz, con su voz preciosa, pero que nos hizo paradójicamente insoportable escucharla cantar durante veinte minutos... cuando llevábamos tres horas y media sentados en la silla. Puro agotamiento. La perdió Carmen Linares, que no tiene ya facultades para seguir encima de los escenarios (y mira que me duele decir esto de esa enorme cantaora y gran señora del flamenco que ha sido Carmen. ¡Qué dificil acertar con el momento en que debemos retirarnos!). Y se perdió una oportunidad única para que El Pele y Arcángel hicieran una tanda de fandangos de Morente que hubiera podido quedar para el recuerdo: los dos morentianos más importantes, frente a frente, poder a a poder. Lo desperdiciaron. Pele lanzó su grito desde el principio (que no es lo mismo el grito que el cante, es obvio) y consumó su actuación gritando en unas notas agudísimas, ya que no cantando; le salvó su sentida elegía a Enrique compuesta para la ocasión.

Arcángel, fiel discípulo, fue el único que estuvo al nivel que el homenaje requería. Y el baile del maestro Javier Latorre y del inefable Israel Galván. José Enrique imita a su padre, pero le falta un trecho largo para ser cantaor con personalidad propia. Tiene mimbres, aunque le hará falta un buen canastero para componerle la urdimbre; necesita buenos consejeros; ha contraído ya unos vicios y unos efectismos que debiera quitarse para progresar. No vale entrecortar la voz cuatro veces en un tercio para pasar de unas notas a otras: su padre lo hacía, no como un recurso estético -que no lo es-, sino como una treta técnica para aliviar sus dificultades.

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