Hacía años que
Farruquito no bailaba en Sevilla como lo ha hecho esta noche en el Teatro
Maestranza. Esta era la impresión más compartida
entre la gente a la salida. La verdad es que fue un soberbio espectáculo, que
mantuvo el interés de los espectadores de principio a fin, sin decaer y con
momentos especialmente intensos y brillantes.
Salió con ganas de bailar y de conectar con el teatro; se le
notó desde el principio. Farruquito tiene un don de gentes y una empatía que le
facilitan mucho la conexión con los públicos. Sabe hacer guiños, cautivar con
sus desplantes al respetable. Se lleva la mano al corazón, se acerca al proscenio
y mira al público, que se le rinde y le aplaude con intensidad, mientras él
cierra los ojos y se bebe el aplauso que es su néctar, el néctar de los
artistas. Es un seductor con su baile y con sus maneras.
Los desplantes... Los de Farruquito deberían ser declarados
monumento flamenco de interés mundial. Él lo sabe y los prodiga. A cada
desplante, cosecha un ole a coro enfervorizado desde todo el teatro. Comunión, comunicación.
No es frecuente encontrar artistas así.
Recordó a su estirpe en muchos momentos de su baile, pero la
suya como bailaor es una personalidad con identidad propia que se agranda cada
vez como figura singular. Para la gente más joven que no conoció a su abuelo,
el referente de ese baile racial y temperamental de hoy es Juan Manuel Fernández
Montoya, Farruquito.
La irrupción en escena de su tía La Faraona como la gitana
canastera dio un juego y unas complicidades que produjeron momentos para
recordar siempre.
Su espectáculo de la Bienal, titulado Pinacendá (Andalucía
en dialecto gitano) fue un recorrido bailado por cantes de las ocho provincias.
Soleá y seguiriya por Córdoba, fandangos de Huelva, tarantas de Linares, tangos
de Graná, taranto de Almería, alegrías de Cádiz y el romance a Sevilla por
bulerías, más un regalito de baile entre su tía y Farruquito al borde mismo del
escenario que fue uno de los momentos de mayor embeleso, cargado de flamencura.
En resumen, un espectáculo ensamblado, con unas transiciones
entre cuadros muy bien realizadas; un elenco de cante, guitarras y otros instrumentos de gran
categoría, y la puesta en escena, la iluminación y el atrezzo apropiados y ad
hoc.
En fin, que no se puede ser más jondo, más temperamental
y más auténtico que Farruquito cuando baila con ganas. En el Maestranza acabó cansado, hecho polvo al término de una actuación en la que bailó, en conjunto, más de una hora,
descontando los intermedios para cambiarse de ropa o tomar aire. Estuvo a gusto y nos hizo sentirnos a gusto a
todos.
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