martes, 30 de septiembre de 2014

UNA NOCHE DE CANTE GRANDE

El claustro de Santa Clara va adquiriendo jerarquía  y es ya uno de los escenarios importantes de la Bienal de Sevilla. Un patio con fuente y jardinería que reduce el aforo, pero conforma un lugar muy agradable para practicar y escuchar flamenco. Ahí cantó el Giraldillo del cante de la anterior edición, José Valencia,  y ahí han actuado este año Rubito de Pruna, Miguel Funi e Inés Bacán, Paco Cepero hoy... Gente jonda. De manera que este es ya, de facto, el penúltimo peldaño, una oportunidad para que algunos artistas escalen a la nómina de la primera división y otros vean puestos en valor sus roles.

Ayer actuaron, compitiendo, Pedro el Granaíno y Miguel Lavi, dos especialistas en acompañamiento para bailar. Esta vez cantaban solos, en primera linea y compitiendo. Los cantaores de atrás tienen difícil conseguir la valoración de primeras figuras porque actúan como peones, y les cuesta dar la talla cuando se encuentran de frente al público sin barrera protectora. Cantar atrás genera esquemas mentales de dependencia del compás y del envoltorio de la compañía difíciles de quitarse de encima. Acuérdense, si no, de Chano Lobato, al que le costó veinte años que la gente olvidara –y él mismo- que había sido acompañante del baile.

Pero no es el caso de estos dos cantaores. Ambos son excelentes ayudantes  atrás y, sin embargo, cuando suben se comportan con la naturalidad del que estuviera haciéndolo desde siempre. Es interesante de analizar cómo el baile no les ha producido adherencias espúreas para cantar en solitario. Un mérito a reconocerles, sin duda.

“Mano a mano” se titulaba el espectáculo montado por Fernando González-Caballos, que ha olido con su olfato de perro viejo, aunque sea joven, que las parejas enfrentadas siguen siendo una fórmula atractiva para el público. 

Lavi y El Granaíno son compañeros, buenos amigos.., pero cuando echas dos gallos a la cancha, lo quieran o no compiten, y así lo valora el público. Hay quien gana y hay quien pierde.

¿Quién ganó, pues? Ganó Lavi, que tuvo una noche para enmarcarla en una orla por cómo cantó, por la guitarra que se trajo para que le acompañara (Manuel Parrilla) y por las palmas de Carlos Grilo y El Quini, sonando el conjunto al mejor Jerez. Lavi estuvo, sencillamente, espectacular haciendo los cantes de compás (ahí sí que se notó el caudal que aporta el cante atrás), echando los veinte reales del duro, como se suele decir, sobre todo en su sentida y peleada seguiriya..., y haciendo unos tientos-tangos y unas bulerías por soleá (esas que los jerezanos denominan bulerías para escuchar) sencillamente magistrales.

Pedro el Granaino salió ya rozado de la voz, arriesgó cantando en un tono muy alto desde el principio con debla,  martinete y toná, porque sabía la enjundia del adversario que tenía enfrente y forzó hasta el límite de sus capacidades. Hermoso gesto de entrega al cante por derecho, presentando la “pelea” en lo más alto desde el primer ¡ay!. Fue a cantar flamenco de verdad, como hace siempre, pero ni se hizo acompañar por alguna de sus guitarras más habituales (aunque José de Pura le tocó clásico y rancio)... ni llevó la rica guardia pretoriana que le dan al cantaor unos palmeros como los que acompañaron a Miguel Lavi.  

De hecho, lo mejor lo hizo al final. Cuando terminó su actuación, Lavi le llamó para rematar por fiesta y El Granaino aprovechó para cantar por bulerías, ya más descansado, mientras  el jerezano se marcaba un gesto torero dando un paso atrás y dejándole todo el protagonismo al de Graná, con sus palmeros y las dos guitarras para que le acompañaran. Pedro aprovechó muiy bien el quite. ¡Ole los gestos elegantes! 

¡Qué buena noche de cante, con dos espadas singulares, personales en sus maneras de abordar el flamenco; dos cantaores  de los que duelen, de los que saben que al cante hay que ir con la disposición de dejarse todo en el escenario, conscientes de que, como me decía Canela el otro día, “hay que echarle dos c... porque esto tiene que ser así”: 

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