Jesús el poderoso, Jesús Méndez. Actuó anoche en el Festival
Flamenco de Nîmes dejando constancia de su poderío. Con esa voz rotunda y bien
educada, con ecos heredados de la memoria de los viejos cantaores que hicieron
de este arte un manantial inagotable de emociones... El de la Plazuela, ya se
sabe, está en la antípoda de la floritura o del gorjeo exhibicionista; su voz
busca profundidades, sonidos viejos y
ese es su campo de juego. Búsquenlo en lo verdaderamente jondo, que le fluye por
la sangre como un manantial vivo e inagotable; confíen en su entrega, que nunca
falta; en su jerezanía por donde quiera que va cantando. Jerez nunca
falla. Y Jesús Méndez tampoco. Es puro Jerez.
Me gustan los artistas honrados que van a darlo todo cuando se suben al escenario. Jesús Méndez pertenece a ese puñado de
jóvenes flamencos honrados y cabales que están perpetuando la tradición, en
estos tiempos tan ‘líquidos’ (que diría Bauman) y tan cambiantes. Ellos están
cimentando el flamenco de hoy con el hormigón armado de sus convicciones y su fidelidad a las esencias del cante. Como
antes, porque, en lo esencial, el flamenco es eso: un cantaor solo, con un
guitarrista y si acaso un extra de percusión y dos palmeros. Así de elemental para
desarrollar todo un espectáculo con hora
media de cante ante un público que en su mayoría no entiende las letras de
lo que está escuchando y que, por lo tanto, se pierde una parte sustancial del
mensaje. Es un mérito y un indicador, que dice mucho de la afición a nuestro
arte que hay en el sur de Francia. Y,
desde luego, hay que aplaudir la osadía
de un programador como Patrick Bellito, que se atreve a traer al teatro de
Nîmes un espectáculo de estas características. Así que felicidades a los
artistas, al programador y al público.
Esto no suele pasar en nuestra Andalucía, la verdad.
Jesús Méndez hizo la mayor parte de los temas de su nuevo
disco, que va en la línea del flamenco clásico al que nos tiene acostumbrados,
a lo que esperamos de él. Mientras ‘jerezaneaba’ en el escenario, sus amigos David Carpio y Miguel El Londro le
jaleaban desde el patio de butacas. Inició por tonás, acordándose del gran
Tomás Pavón, y siguió por alegrías,
granaínas, tientos y tangos (espléndido su recorrido), soleares
(paseando por los estilos de Cádiz, Alcalá, Triana); unas
seguiriyas que ensimismaron al público siguiéndole, y el remate por bulerías. Aplausos sinceros de
una sala casi llena.
Merece mencionarse singularmente la guitarra de Manuel
Valencia, el gran escudero que todo cantaor quiere tener a su lado
acompañándole, porque a Manuel le gusta el cante, lo trae mamao de familia y se ajusta
al cantaor como un guante finísimo. Es imposible no cantar bien con Manuel Valencia,
porque es tan brillante, tan respetuoso con el cantaor y tan buen tocaor que hace
fácil cualquier trance. La guitarra jerezana, ese estilo peculiar, clásico y
flamenquísimo del viejo toque de Jerez, tiene en Manuel Valencia un
estandarte y una garantía.
Y la magia del compás que son capaces de articular las palmas de Diego Montoya y Manuel Salado, con la percusión de Luis
Carrasco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario