jueves, 19 de enero de 2017

Poderío de Jerez





Jesús el poderoso, Jesús Méndez. Actuó anoche en el Festival Flamenco de Nîmes dejando constancia de su poderío. Con esa voz rotunda y bien educada, con ecos heredados de la memoria de los viejos cantaores que hicieron de este arte un manantial inagotable de emociones... El de la Plazuela, ya se sabe, está en la antípoda de la floritura o del gorjeo exhibicionista; su voz busca profundidades, sonidos viejos  y ese es su campo de juego. Búsquenlo en lo verdaderamente jondo, que le fluye por la sangre como un manantial vivo e inagotable; confíen en su entrega, que nunca falta; en su jerezanía por donde quiera que va cantando. Jerez nunca falla.  Y Jesús Méndez tampoco. Es puro Jerez.

Me gustan los artistas honrados que van a darlo todo  cuando se suben al escenario. Jesús Méndez pertenece a ese puñado de jóvenes flamencos honrados y cabales que están perpetuando la tradición, en estos tiempos tan ‘líquidos’ (que diría Bauman) y tan cambiantes. Ellos están cimentando el flamenco de hoy con el hormigón armado de sus convicciones y su fidelidad a las esencias del cante. Como antes, porque, en lo esencial, el flamenco es eso: un cantaor solo, con un guitarrista y si acaso un extra de percusión y dos palmeros. Así de elemental para desarrollar todo un espectáculo con hora  media de cante ante un público que en su mayoría no entiende las letras de lo que está escuchando y que, por lo tanto, se pierde una parte sustancial del mensaje. Es un mérito y un indicador, que dice mucho de la afición a nuestro arte que hay en el sur de Francia.  Y, desde luego,  hay que aplaudir la osadía de un programador como Patrick Bellito, que se atreve a traer al teatro de Nîmes un espectáculo de estas características. Así que felicidades a los artistas, al programador y  al público. Esto no suele pasar en nuestra Andalucía, la verdad.

Jesús Méndez hizo la mayor parte de los temas de su nuevo disco, que va en la línea del flamenco clásico al que nos tiene acostumbrados, a lo que esperamos de él.  Mientras ‘jerezaneaba’ en el escenario, sus amigos David Carpio y Miguel El Londro le jaleaban desde el patio de butacas. Inició por tonás, acordándose del gran Tomás Pavón, y siguió por alegrías,  granaínas, tientos y tangos (espléndido su recorrido), soleares (paseando por los estilos de Cádiz, Alcalá, Triana);  unas  seguiriyas que ensimismaron al público siguiéndole, y  el remate por bulerías. Aplausos sinceros de una sala casi llena.

Merece mencionarse singularmente la guitarra de Manuel Valencia, el gran escudero que todo cantaor quiere tener a su lado acompañándole, porque a Manuel le gusta el cante, lo trae mamao de familia  y se ajusta al cantaor como un guante finísimo. Es imposible no cantar bien con Manuel Valencia, porque es tan brillante, tan respetuoso con el cantaor y tan buen tocaor que hace fácil cualquier trance. La guitarra jerezana, ese estilo peculiar, clásico y flamenquísimo del viejo toque de Jerez, tiene en Manuel Valencia un estandarte  y una garantía.


Y la magia del compás que son capaces de articular  las palmas de Diego Montoya y  Manuel Salado, con la percusión de Luis Carrasco.    

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