El siguiente comentario lo escribí tras una larga entrevista de casi cuatro horas, realizada en 2009 para la colección "Los flamencos hablan de sí mismos", dirigida por Manuel Curao y apoyada por la Universidad Internacional de Andalucía. Ocho años después, la perspectiva que ofrece el transcurso del tiempo es interesante para entender la evolución, la trayectoria y la consagración de Arcángel como grande del flamenco.
Concluía la crónica del New York Times, cuando actuó allí en febrero de 2009, que “Arcángel es un cantante con mando y apasionado; pertenece a la nueva generación de maestros del cante flamenco. El destinatario de muchos honores, ha deslumbrado al público con sus actuaciones. Es un cantaor grande”. Aquí ya lo sabíamos, pero está bien que lo valoren desde una mirada más distante y menos apasionada. El flamenco, patrimonio cultural inmaterial de la humanidad de hecho, es apreciado desde cualquier lugar del mundo, y sus intérpretes considerados al nivel de las figuras de cualquier otra música. El flamenco ha dejado de ser un exotismo racial para el resto del mundo de hoy y es algo más que un folclore regional.
Sí. Estamos ante un cantaor grande, aunque tenga
sólo treinta y dos años; un artista con
una personalidad cantaora indudable, bien definida y dotado de unas facultades
formidables. La voz de Arcángel es cristalina, limpia, fluyente como el agua,
capaz de cruzar los espejos, que diría el poeta. Una voz con matices jondos
emocionantes, gratificante al oído siempre, con una plasticidad asombrosa...
Conozco
a seguidores de su cante que lo adoran, que se emocionan nada más lanzar un
¡ay!, porque su voz cautiva y atrae como
los minerales de esa tierra donde están las raíces de sus genes, que es el
Andévalo, Alonso por más precisar. Él se entrega en cada cante a corazón
desnudo y el público le suele agradecer con fervor esa comunión que oficia cada
vez que canta. Esto es así y yo lo he visto.
Pero
antes de afirmarlo, digo que establecí
la distancia que todo aficionado viejo y cabal debe poner para enjuiciar a
cualquier cantaor. ¡A ver qué pasa con este niño de voz limpia, a ver si conoce
bien el cante o si dice que viene innovando y a lo peor no ha aprendido todavía
lo básico, a ver qué piensa..! Al cabo de la conversación que mantuvimos, puedo
concluir que el señor Arcángel me aclaró dudas y que es un gran cantaor hoy, al
que veremos crecer mucho todavía en los años venideros, porque tiene facultades,
curiosidad y capacidad para lograrlo. Buen conocedor de los cantes, Arcángel
posee una técnica que le permite dominarlos sin esfuerzo aparente, y un compás,
una afinación y una dosificación casi perfectos. Cosa curiosa, porque los
cantaores muy técnicos suelen flojear en espontaneidad, en pellizco: él, sin
embargo, las armoniza con facilidad extraordinaria. Como se dice en Huelva,
este niño ‘sabe más que Briján’ (referido al doctor 0’Bryan, que era un médico traumatólogo británico de las
minas de Riotinto, muy reputado por sus conocimientos, al que el habla popular
de la tierra rebautizó como Briján).
Estamos ante un cantaor que conoce su responsabilidad ante
los aficionados, que experimenta, que innova sin desplazarse un centímetro del
espíritu que anima al flamenco. Experimenta, sí, y está en su derecho, porque
Arcángel no traiciona la esencia, no vicia el cante; busca aire nuevo sin
salirse del compás ni de la emoción antigua que lo sustenta. Crea, ilustra,
abre puertas nuevas, sí, pero respeta la horma. Y esas son virtudes
incuestionables. Arcángel trabaja con los mismos planos de los cantaores
legendarios, que fueron erigiendo el afortunadamente inconcluso edificio del
flamenco hasta hoy. No es un revolucionario ni un trasgresor, sino un clásico
que aporta y enriquece. Durante la charla, le escuché en varias ocasiones
apelar a la libertad dentro del flamenco, como quien se siente presionado y
reclama su aire. Tan respetable es su apelación como la rebeldía de este grupo
de jóvenes cantaores que están haciéndonos presentir, me barrunto, una nueva
época dorada para el flamenco. Sin mezclar churras con merinas, eh?, que
sabemos de quiénes estamos hablando y quiénes no caben en esta banasta.
Hace
poco, escuchando la antología de The Beatles, concluí que aquellos ‘revolucionarios’ de los años 60 me
sonaban tan clásicos, fueron tan revitalizadores de lo que había en la música
ligera hasta que llegaron ellos, que pensé: si no hubiera sido por estos
melenudos, la música habría quedado estancada, como un fósil por falta de aire
nuevo... Pues tal con Arcángel y su generación de ramas nuevas del árbol
flamenco. Acéptenme para dentro de quince o veinte años –y yo que lo vea- la
apuesta de verificar si acierto o me equivoco. Arcángel será un clásico para
entonces. Ya lo es. Él es un grande del cante, como finalizaba la crónica del New
York Times la última vez que actuó en la capital del mundo.
Estamos
ante un cantaor que sabe muy bien y ha fijado desde el principio un campo
abierto de juego, para sí y para los aficionados. Y los límites de este
arquitecto de la música flamenca no son otros que estos: la estructura del
edificio del cante es una y se respeta, pero el diseño de los habitáculos que
lo componen admite y necesita nuevos aportes estéticos. Y en esa tarea está
Arcángel, como están otros de su generación. Ni fusiones ni ortodoxias; no hay
que obsesionarse con extremosidades, que los tiempos están cambiando a
velocidad de vértigo. ¿Saben de dónde parte, a qué fuentes viaja
permanentemente a beber el onubense? A los clásicos. A Chacón, a la Niña de los
Peines, a Caracol, a Pepe Marchena, a Camarón, a su idolatrado Morente ...Y de
ahí extrae las mieles con que nos deleita cuando canta.
Una
coda final a esta breve presentación, ya que he conversado con uno de los más
importantes jóvenes flamencos del momento. Esto no va por Arcángel, pero siento
necesidad de decirlo.
Cuando
hablas con los flamencos jóvenes, se vislumbra en ellos que están en un
contexto nuevo, y queda en el aire como un estertor de lo que fue y está
dejando de ser... Algo se está perdiendo y algo nuevo emerge. Los jóvenes
flamencos tienen una actitud que nos hace sospechar que aquel Romanticismo, que
fue abono y cobertera natural del flamenco, no es ya su teta nutricia. Pero
como el flamenco es un espíritu, nunca morirá; sólo le dan crisis, y no es el
caso ni el momento, porque está bien vivo y vigoroso. Los artistas viejos
cantaron conforme a la manera y la sociedad en que vivieron; hoy, el espíritu
flamenco se mantiene, pero se vive y se canta de otro modo. Tanto influye su
ambiente vital en la obra del artista popular... Es ley de vida. Así fue siempre la evolución:
lo nuevo, sobre lo viejo, y para mantener lo viejo, la memoria. Esperemos que
nunca el olvido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario